Entrevista con Pedro Arrojo, experto en economía del agua y presidente del jurado del premio City to City Barcelona FAD Award.
Con motivo de la entrega el próximo 21 de noviembre del Premio City to City Barcelona FAD Award, que se otorga por primera vez ex-aequo a dos proyectos: Eau de Paris y Blue Communities, hablamos con Pedro Arrojo, experto en economía del agua, premio Goldman e impulsor de la Fundación para la Nueva Cultura del Agua. Arrojo ha actuado como presidente del jurado de esta edición del premio y nos cuenta el papel central del agua frente al gran reto de nuestra sociedad, el cambio climático.
Usted fue impulsor de la Fundación Nueva Cultura del Agua a mediados de los 90. ¿Qué es y qué ha conseguido desarrollar desde entonces?
Empezó siendo una fundación de expertos, fundamentalmente académicos, a la que se han ido incorporando profesionales de la gestión de aguas, que asumen el reto de desarrollar nuevas ideas, un nuevo enfoque de gestión y planificación de aguas, tanto desde el ámbito de la investigación, como desde las instituciones de gestión de aguas y los movimientos sociales, integrando las diferentes disciplinas para definir esas nuevas estrategias y enfoques. Una red de expertos y expertas que tiende puentes entre el mundo académico, la administración pública de aguas, responsable de la planificación hidrológica, y los movimientos sociales que en el momento de su creación empezaban a levantar esa bandera de la nueva cultura del agua.
La FNCA es la referencia del mundo de los expertos en materia de aguas que buscan desarrollar y concretar alternativas desde una nueva visión ecosistémica, en la que los ríos no son tratados como puros canales de H2O, sino como ecosistemas vivos; una visión en la que la gente que usa los servicios de agua y saneamiento no son simples clientes, sino ciudadanos y ciudadanas; una visión que demanda respeto hacia las comunidades afectadas por grandes presas en sus derecho básicos, como vivir donde viven, evitando el atropello de los derechos humanos de comunidades minoritarias en nombre del pretendido interés de las mayorías.
En el 2000 se aprobó la directiva marco de aguas, el nuevo marco legal europeo, basado en la visión ecosistémica que dio nacimiento a la Fundación. Para nosotros no fue sorpresa pero para mucha gente que se movía en la visión clásica del hormigón, de la gran obra, pues fue una sorpresa que Europa nos diera la razón.
Participó en la oposición al desarrollo del plan hidrológico nacional de 2001. ¿Qué consecuencias hubiera tenido?
Después de haber presidido los dos primeros congresos ibéricos por una nueva cultura del agua, el de Zaragoza y el de Oporto, que dieron lugar a la creación de la Fundación, esta sirvió como una red de expertos para asesorar el debate en torno al plan hidrológico nacional y, sobre todo, los grandes trasvases del Ebro hacia Barcelona y Almería. Asesoramos a la Comisión Europea directamente, al tiempo que hablamos con los movimientos sociales y con la administración. Creo que la universidad española, a través de la fundación, fue para la Unión Europea (UE) un asesor clave para bloquear los fondos europeos que hubieran ido a financiar el trasvase del Ebro. El gobierno decía unas cosas y la comisión europea nos consultaba. Los argumentos y datos que facilitamos permitieron frenar el plan hidrológico nacional en favor de otras alternativas más éticas, sostenibles y aceptables para la Unión Europea.
El gobierno de Aznar pretendía financiar más del 50% del trasvase con fondos europeos. Cuando estos fueron denegados, el plan no pudo salir adelante. Obviamente, detrás del trasvase yacía la construcción de un montón de grandes presas muy conflictivas, con grandes intereses económicos detrás. Una vez superado el tema del trasvase, cuando fue derogado por Cristina Narbona, siguieron vivos numerosos conflictos en torno a proyectos de grandes presas. Algunos fueron anulados por los tribunales, al calor de una creciente oposición social, que no ha impedido que algunas de las presas más conflictivas se hayan construido. En todo caso, buena parte de estos proyectos han ido entrando en crisis al constatarse que hay alternativas más razonables. Aún así, el debate no está cerrado… Lo que si se bloqueó, probablemente de forma definitiva, fueron los trasvases previstos del Ebro a Barcelona y hacia Murcia y Almería.
¿Es la FNCA parecida, en cuanto a sus objetivos, a Blue Communities, uno de los proyectos ganadores del City to City?
No exactamente. La FNCA nace centrada en cuestiones de planificación hidrológica de las cuencas hidrográficas, en torno a conflictos protagonizados por el movimiento de afectados por grandes obras hidráulicas (COAGRET) y por el movimiento ecologista. Pero posteriormente aparece otro frente conflictivo en el que la Fundación entra también: el generado por las presiones privatizadoras de los servicios de agua y saneamiento. En ese terreno es donde Blue Communities emerge, como otros muchos movimientos. Aquí en España surge una red, la Red Agua Pública (RAP), de organizaciones vinculadas a temas urbanos, a la gestión urbana del agua. En ese momento la fundación se convierte en una referencia para estos nuevos movimientos sociales vinculados a problemas de la gestión municipal. La Fundación acaba recogiendo también la red de académicos y expertos que se enfrentan, no aceptan y promueven una alternativa a la privatización de los servicios de agua y saneamiento, basada en promover nuevos modelos de gestión pública, transparente y participativa, muy en línea con estos movimientos, entre los cuales estarían Blue Communities o la RAP. Ahí también se inscriben los esfuerzos del ayuntamiento de Barcelona por recuperar el control de sus servicios de agua y saneamiento, o de Madrid, oponiéndose a la privatización del canal de Isabel II. Desde la fundación jugamos un papel de asesoramiento y de creación de alternativas ante la privatización de los servicios de agua y saneamiento.
Es interesante esta concepción del agua como una cultura, no como un recurso explotable. ¿Cuáles son las dificultades para extender esta idea? ¿Cómo cree que se podría hacer llegar a más gente?
Desde un principio pensamos que las profundas contradicciones que emergían en la gestión de los ríos, de los ecosistemas acuáticos y del agua en general, demandaban, sin duda, nuevas políticas de agua, nuevas instituciones, nuevas leyes y nuevas tecnologías; pero más allá de todo ello, intuimos que era necesario un cambio cultural. Hoy eso que fue una intuición, es una convicción, una certeza. Pensar en eso que llamamos una nueva cultura del agua es ir más allá, es cuestionar la escala de valores, las prioridades y, en última instancia, la ética y los valores de fondo con los que nos relacionamos como sociedad con nuestros ríos, con la naturaleza. En realidad, lo que promovemos es una nueva cultura de nuestra relación con la naturaleza, en el sentido de pasar del tradicional paradigma de dominación de la naturaleza, a un paradigma de sostenibilidad: entender que los ríos no son canales de H2O, igual que los bosques no se pueden tratar como almacenes de pura madera, sino que son ecosistemas vivos y no simplemente recursos.
En la medida en que hemos introducido también toda la cuestión de la lucha contra la privatización del agua hemos abierto nuevos frentes de reflexión en torno a los valores sociales en juego. Entender el acceso al agua y al saneamiento como un derecho humano, supone considerar el valor social del agua en su proyección como factor clave de cohesión comunitaria en cualquier sociedad. Una visión que nos lleva a entender que el agua no puede ser una pura mercancía, sino un bien común; y que los servicios de aguas y saneamiento no deben ser un negocio, sino un servicio público de acceso universal que debe ser gestionado desde el principio del interés general sin ánimo de lucro. De la misma forma que entendemos los ecosistemas como patrimonios comunes, tan nuestros como de las futuras generaciones, que debemos gestionar de forma sostenible.
¿Cree que la gestión que hacemos del agua está influenciada por una visión dominante y opresora de la especie humana respecto a los recursos naturales?
Sí, yo muchas veces digo que esa visión de dominación de la naturaleza tiene profundas analogías con la visión machista de dominación de la mujer, entendida como algo apropiable y dominable a voluntad de su propietario. Eso no puede ser. La sensibilidad feminista y la sensibilidad ecologista tienen un espacio de encuentro en esa nueva cultura del agua que debemos construir. Entender el agua, elemento clave de vida y también de la sociedad, como un puro recurso, apropiable y mercantilizable, nos lleva a la injusticia social y ambiental, así como a la insostenibilidad. Esa visión utilitaria y dominadora nos ha llevado de hecho a esa crisis paradójica en la que ya estamos: la crisis global del agua en el planeta agua, el planeta azul.
Como experto, ¿ha observado una mayor concienciación en la materia y la multiplicación de políticas de gestión más sostenible del agua a nivel internacional?
Inevitablemente, los movimientos empujan el cambio, pero la cultura no se cambia a golpe de decreto, de un día para otro. Los movimientos de cambio cultural, que exigen cambiar paradigmas como el de “dominación de la naturaleza”, se cuecen a fuego lento en la sociedad. En Europa existe una legislación, que es la directiva marco de aguas, que hemos tenido que trasponer a la legislación española, a regañadientes, con los diversos gobiernos arrastrando los pies. De hecho, en el parlamento, he propuesto una reforma profunda de la ley de aguas vigente para acabar de hacer los cambios necesarios que impone, no ya la nueva cultura del agua, sino la directiva marco de aguas, que es una obligación legal europea. No hay duda que han cambiado cosas; las ideas que empezamos a defender en los años 90, consideradas entonces como ideas peregrinas y enemigas del progreso, hoy todo el mundo las defiende, de palabra, usando cuando menos los términos que empezamos a introducir entonces. Pero el cambio de cualquier paradigma es lento. Entran en crisis las ideas antiguas; emergen nuevos conceptos y nuevos términos que se empiezan usando con escasa convicción; pasa a ser políticamente incorrecto hablar como se hablaba antes, pero la práctica tarda más en cambiar; los cambios reales de actitud tardan mucho más. Gran parte de las ideas de aquella nueva cultura del agua que enunciamos en los 90, hoy son directrices a seguir. Pero aún queda mucho por hacer.
¿Es París un modelo a seguir en la gestión pública del agua?
París era el buque insignia de la privatización en Europa y en el mundo; y hoy es la referencia mundial de que es posible revertir ese modelo de gestión y transformarlo en uno de gestión pública, transparente y participativa. Cualquiera puede entrar en la red y obtener mucha más información de cómo se hacen las cosas en Eau de París que en su ciudad o pueblo. Además, han conseguido bajar drásticamente la tarifa urbana del agua y del saneamiento, manteniendo el equilibrio financiero y garantizando mayores niveles de inversión en el mantenimiento de las infraestructuras, y todo ello desde un modelo de gestión transparente y abierto a la participación ciudadana. En definitiva, han conseguido un modelo que, en vez de ser un negocio oscuro, se ha transformado en un servicio público sin ánimo de lucro y que funciona. Y conseguir esto en una ciudad tan visible y tan emblemática como es París, es un doble logro porque no solo es un buen modelo sino que representa un ejemplo para ciudades alrededor del mundo.
¿Qué otros modelos son inspiradores?
Depende de a qué nos refiramos. Si nos referimos a la gestión del agua y del saneamiento urbano, vamos a tener ejemplos en ciudades de distinto tamaño. París es un buen ejemplo, como lo es a nivel europeo Berlín, o Córdoba y Zaragoza en España; pero también lo es por ejemplo Fabara, un pueblo de 1.000 habitantes en Aragón, que asumió la construcción y gestión pública y transparente de su depuradora extensiva, adecuada a un pueblo pequeño, que funciona de maravilla y que resulta diez veces más barata en inversión, y veinte veces más barata en la gestión diaria que la que pretendía instalar el Gobierno de Aragón, con el sistema privatizado que ha impuesto en la mayoría de municipios de nuestra Comunidad. Fabara es en definitiva un ejemplo práctico, entre otros muchos, de servicio público en el medio rural.
Si nos referimos ya a la gestión de ríos o ecosistemas hay muchos ejemplos. Uno es el del Alto Loira, en Francia, donde se tenían proyectados grandes embalses hidroeléctricos. La movilización social en la zona, bajo el lema de “SOS LOIRE VIVANTE” consiguió que hoy, en vez de tener valles inundados y deshabitados, tengan uno de los parques fluviales más hermosos de Europa, en los que se ha recuperado el salmón y se ha generado un turismo floreciente que sustenta un desarrollo económico envidiable. En la exposición «Aguas, ríos y pueblos» inaugurada durante la Exposición Internacional de Zaragoza hace 10 años y disponible online, hay un apartado que se llama “victorias y soluciones” y ahí se pueden explorar más modelos inspiradores como éste. Otro ejemplo sería el del millón de cisternas pluviales en el semiárido del nordeste brasileño, como alternativa a los grandes trasvases del Río San Francisco, que de forma efectiva proporciona ya agua potable a un millón de familias, en un territorio vasto en proceso de desertización por cambio climático.
¿Cuáles son los grandes retos de los próximos 10 años en cuanto a la gestión del agua a nivel global?
El gran reto, no sólo en cuanto al agua, sino en muchas otras cuestiones, es afrontar el cambio climático. Lo que pasa es que el cambio climático tiene en el agua el vector principal de cambio. Los cambios en la cantidad y en la forma de llover, con lluvias más intensas, fenómenos de gota fría y grandes tormentas, comportarán más riesgos de crecidas e inundaciones. Por otra parte, otros lugares sufrirán sequías más frecuentes, intensas y prolongadas, lo que acentuará los procesos en curso de desertización en alguna zonas. Aquí tenemos los mayores riesgos e impactos. En suma, desde mi punto de vista, junto al reto de la necesaria transición democrática en las energías renovables y descentralizadas, el mayor reto de la década está en acelerar la transición a la nueva cultura del agua, bajo la presión cambio climático. En el fondo es hacer lo que estábamos diciendo que había que hacer, pero ahora con más urgencia y necesidad porque el cambio climático nos lo impone.
A nivel doméstico, ¿qué pequeñas cosas deberíamos cambiar para hacer un uso más sostenible del agua?
Pues es una pregunta que se oye bastante y creo que tiene un componente de culpabilización social que no comparto, pero al tiempo una componente educativa que me parece interesante. El agua doméstica representa un 1% del agua que usamos en la sociedad. Por ello, el valor de estas campañas de ahorro en casa no está en cuánta agua ahorras o puedes ahorrar, sino en la responsabilidad que tomas al hacerlo, lo que debería conllevar exigir y presionar políticamente a quienes si gestionan ingentes caudales, ya sea desde la administración, desde las empresas, en los regadíos. Entiendo que ese compromiso en lo poco que se puede conseguir en tu casa, debe o puede llevarte a exigir los correspondientes cambios en el conjunto de la sociedad, promoviendo el cambio conciencia correspondiente en las responsabilidades del regadío, de la industria, de las redes urbanas y de la planificación de aguas en general. Se pueden hacer pequeñas cosas a nivel doméstico, pero lo más importante es lo que debemos hacer a nivel social y político para cambiar las cosas.